angeleem430
  Satiricón
 
CAPITULO UNO
....Y no están poseídos por las mismas Furias los declamadores que vociferan lo
siguiente? (1):
-Estas heridas que veis las he recibido por la libertad del pueblo; este ojo, por
vosotros lo he sacrificado. Dadme un guía que me conduzca a mis hijos, que mis
piernas con las corvas tajadas ya no me sostienen (2).
Estos discursos serían tolerables si por lo menos mostraran el camino de la
elocuencia a los aprendices. Pero el caso es que esta verborrea y catarata de
frases huecas sólo sirven para que, una vez en el foro (3), ellos se creen caídos
en otro planeta.
Seguro estoy de que la razón del total embrutecimiento de estos jovencitos en la
escuela es que nada de lo que allí oyen o ven les da una imagen real de la vida.
Sólo se trata allí de piratas emboscados con cadenas en las playas, de tiranos que
obligan a la gente con edictos a decapitar a sus propios padres, de sentencias de
oráculos que en epidemias ordenan inmolar tres o más vírgenes.
Todo no es sino fraseología altisonante y dulzona. Todo, palabras y acciones, da
la impresión de estar sazonado con adormidera y ajonjolí (4).
CAPITULO DOS
El paladar de los que se nutren con esto se trastorna: nunca huelen bien los que
trabajan en la cocina.
Permitidme, pues, que os diga que vosotros sois los primeros responsables en
haber echado a perder la elocuencia. Con vuestra palabrería inútil y vana y con
 

vuestros ridículos trabalenguas habéis transformado el buen decir en una cosa
enfermiza y desmayada.
Los jóvenes no eran todavía prisioneros de las declamaciones en la época en que
Sófocles y Eurípides encontraron la manera adecuada de hablar. En aquel tiempo
no hubo ningún umbrático doctor de colegio que ahogara el buen gusto, cuando
Píndaro y los nueve líricos (5) cesaron de cantar con el ritmo homérico.
Si no queréis que os cite solamente ejemplos de poetas, tomad a Platón y
Demóstenes: yo no veo que hayan recurrido a esta clase de ejercicios.
La elocuencia, si es grande y, por así decirlo, casta, no ha de maquillarse ni
hincharse. Triunfa cuando su hermosura es natural. No hace mucho que esta
charlatanería fanfarrona y desequilibrada emigró del Asia hasta Atenas,
envenenando con su influencia, como un astro maligno, las aspiraciones de los
jóvenes a las grandes empresas. Con su estilo corrompido, la elocuencia se
paralizó y enmudeció (6).
Decidme: en definitiva, ¿quién ha superado hasta ahora la gloria de un Tucídides
o de un Hipérides? y no es únicamente la poesía la que ha perdido sus sanos
colores. Todo lo que se ha empachado con dicho alimento no ha podido sobrevivir
hasta las canas de la vejez.
También la pintura ha corrido la misma suerte desde que los egipcios osaron
simplificar el procedimiento de este sublime arte.
CAPITULO TRES
Agamenón no soportó que mi declamación en el pórtico durase más que la suya
propia hecha con sudores en la sala de conferencias (7).
-Muchacho -me dijo-, puesto que eres original en tu manera de hablar y, cosa
extrañsima, aprecias el recto talento, yo te revelaré los secretos de este arte. Al
fin de cuentas, no son los profesores los que tienen la culpa de estas prácticas
pues están obligados a decir tonterías en medio de tantos imbéciles. Si sus
lecciones no agradaran a estos chicos, «se quedarían solos en sus conferencias»,
como decía Cicerón (8).
Mira a los aduladores profesionales: cuando intentan ser invitados a la cena de
algún magnate, lo primero que piensan es alabar lo mejor posible a su auditorio,
ya que no conseguirían lo que buscan si no seducen las orejas de su personaje. El
maestro de elocuencia es como el pescador que, si no pone en su anzuelo el cebo
deseado por los pececillos, permanecerá toda la vida sobre la escollera sin
esperanzas de pescar algo.
 

CAPITULO CUATRO
¿Conclusión? Son los padres quienes deben ser reprobados, pues no quieren
hacer educar a sus hijos con una disciplina severa. Como en todo, lo primero que
hacen es sacrificar en aras de la propia ambición sus esperanzas. Después,
apresurados por las ganas, impulsan hacia el foro a estos espíritus todavía
inmaduros en el estudio.
Y esta elocuencia, que consideran como lo más grande del mundo, es puesta en
manos de recién nacidos. Si los dejaran realizar sus estudios de manera gradual
para que el espíritu se impregne de los preceptos de la filosofía, para que
extraigan las palabras de un implacable estilo (9), para que escuchen bien a los
modelos que quisieran imitar, para que se persuadan de que todo lo que seduce a
la infancia es mediocre, muy pronto esta sublime elocuencia recuperaría la
autoridad de su majestad.
Hoy en día la niñez sólo se dedica a jugar en la escuela; la juventud hace el
ridículo en el foro y, lo que es más vergonzoso, los mayores no se atreven a
confesar la pésima educación que recibieron de niños.
Y para que no creas que desapruebo las improvisaciones (10) familiares a la
manera de Lucilio, me serviré como el de un poema para expresarte mis
sentimientos:
CAPITULO CINCO
SI alguien desea cosechar los frutos de este difícil arte y aplicar la mente a lo
sublime, debe; primero, llevar una vida rigurosamente regulada en la frugalidad;
despreciar con frente serena el altanero palacio; dejar de merodear como un
cliente vulgar la mesa de los poderosos; huir de compañas libertinas, no sea que
el fuego de su ingenio se apague en el vino; no debe sentarse en el teatro para
aplaudir por dinero cada frase de su actor; sino que, aunque le sonría la ciudadela
de la belicosa Tritonia (11), o la tierra habitada por el colono lacedemonio (12), o
la morada de las Sirenas (13), consagre sus primeros años a la poesía y beba con
ánimo fecundo de la meonia fuente (14).
Una vez ahíto de la socrática tropa, dé, libre, rienda suelta a su inspiración, y
blanda las armas del gran Demóstenes. Rodéese después de la hueste literaria
romana, y cambie con ella su estilo si lo tiene ataviado de resonancias griegas, e
imprégnelo de un sabor original.
De cuando en cuando despliegue en el foro sus páginas y dé libre curso a su
lectura, y que allí resuene la Fortuna, caracterizada por la rapidez de sus
cambios.
 
 
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